Las fotos padres son de Adrián
Ya decía Grimm –sí, el de los cuentos, pero esta vez hablando sobre el
origen de la lengua, pues también era un filólogo- que “es natural y está
demostrado por la experiencia que las personas sienten una atracción más fuerte
y tienen mayor sensibilidad por lo extraño y lo nuevo que por lo familiar
ofrecido diariamente a sus ojos”. No lo digo solamente por mí o por nosotros,
que todo el tiempo nos maravillamos de las cosas que vemos día día y que no
podemos evitar comparar con aquellas a las que estamos acostumbrados: que si
acá el pan dulce está más rico (en Argentina se llaman facturas), que si los gatos son un tanto diferentes (como más
estilizados), que si hasta los anarquistas están más organizados y son más construcción-destrucción
que destrucción-destrucción, que si los institutos de investigación son conjuntos
de habitaciones en un edificio antiguo y destartalado (allá tenemos a los
elevados “pitufos”), que si la gente desconocida conversa más entre sí por
cualquier motivo (hoy por ejemplo una señora en una fila me contó que tenía
unas bolas insólitas en la garganta que la sofocaban), que si hay más vida
nocturna (a la 1 de la madrugada hay un movimiento similar al de las 10 de la
noche en el DF; eso sí respetan bastante su hora de la siesta que abarca más o
menos desde las 2 hasta las 5, lapso cuando todo está cerrado), que si las
nubes están más cerca y se desplazan más rápido (hasta el cielo nos quiere
hacer ver que estamos en otro lado)… en fin.
Nubes porteñas cerniéndose
Los institutos por fuera
Las escaleras
Dentro del Instituto de lingüística de la UBA
No lo digo sólo por eso, sino por cómo nos ven los demás: nosotros aquí
somos lo extraño, somos lo nuevo. Quizá por eso tengamos experiencias tan
extraordinarias. De por sí estos días han sido marcados por gente
interesantísima, pero lo de ayer fue como un sueño. Ayer conocimos a Coco, un
viejo marino, pesimista jubilado que soñó con ser astrónomo. Lo conocimos en la
presentación de un libro sobre el anarquismo obrero a principios del siglo XX...
...(donde por cierto se nos reveló el porqué el anarquismo tuvo tanto éxito en
este país:
al parecer el espíritu de los gauchos ya tenía mucho de libertario).
Al final, se dio paso a una conversa sobre ¿y ahora qué hacemos? ¿cómo hacemos
para enfrentar este presente doloroso? ¿cómo salimos de aquí? ¿algo
verdaderamente efectivo? Sentimos como si este escenario nos persiguiera en
cada espacio en el que estamos: la misma charla déjà vu con los grupos de
veganos, con los straight edge, con los académicos de orientación crítica, con
la izquierda [1] desorientada o con la que es consciente de sus indiscutibles limitaciones.
Entonces una voz dijo “quizá yo soy muy pesimista porque tengo 85 años,
pero ¿no será que las especies tienen todas un final? Quisiera que alguien me
explique, porque me pregunto si la humanidad no estará en su etapa de vejez.”
Cuando terminó todo, Adrián se acercó a confesarle: “yo tengo 25 años y también
soy pesimista”. Además, “estoy haciendo un documental sobre el punto isotrópico
donde quiero que usted aparezca”. No hizo falta nada más para que nos llevara a
su casa, a unas cuadras de la biblioteca, en donde nos mostró cada una de las habitaciones,
cada una de sus fotos, de sus pinturas, de sus esculturas… todos con una historia detrás. Nos
dio de cenar ravioles, vino, café y pan.
Adrián con Manchi, Enrique (Coco) y yo
Este hombre, que en el pasado fue
capitán de un barco mercante cuando todavía se guiaban por las estrellas, dijo
que así lo recibieron a cada lugar a donde fue. Hablamos de los prejuicios: a
él nunca le llamó la atención conocer México porque en Honduras los
explotadores somos nosotros (una suerte de gringos en aquel país). Quisimos a
Manchi, su gato de 14 años, al cual alimentó desde la primera semana de vida
(cuando pesaba 100 gramos) junto con sus dos hermanos muertos tiempo atrás. Llegó
a llamarnos “che” y “querida”. Nos habló de su novia (Adrián hasta conversó con
ella por teléfono) a quien conoció en el geriátrico donde los esposos de ambos
murieron... Pero probablemente lo que más nos impresionó e hizo que todo
pareciera irreal fue el momento en el que nos mostró las fotos de su esposa:
“yo me casé con la mujer más hermosa del mundo y era muy alta”. Ella se llamaba
Nélida... ¿Cuántas mujeres en el mundo se llaman así? No sé, pero sólo he
conocido a otra. Aunque yo soy escéptica en prácticamente todo, sentí el
impulso de creer en algo similar al destino. Era la primera vez que él iba a
esa biblioteca, era la primera vez que nosotros íbamos.
En varias ocasiones le preguntamos cuándo podríamos visitarlo de nuevo,
cuándo lo podría entrevistar Adrián. Era evidente que no le gusta hacer planes,
afirma que su vida está dominada por los médicos (nos mostró toda las citas de
la semana), creo que espera morir en cualquier momento. Su memoria era
impresionante, al igual que su plática, pero una neuróloga casi lo hizo llorar
al hacerle pruebas cognitivas (¿de veras es necesario?). Finalmente dijo “pues
cuando anden por acá me llaman y nos vemos”. Al despedirnos nos abrazamos pero
nos aconsejó “vean otras cosas mejores que yo”… Pero, ¡¿qué?! ¿No se da cuenta
de que es probablemente lo mejor que nos ha pasado desde que llegamos? y
nosotros tan incapaces de expresarlo. Terminamos en medio de la madrugada,
lejos de donde vivimos y sin crédito en la SUBE
para tomar camión (o como dicen acá “colectivo”) aunque muy emocionados.
México siempre atravesándose en el camino
Hoy nos despedimos de otra persona especial. Julián es un mexicano que está
recorriendo en bicicleta América Latina y que ya va de regreso a México
(tardará en llegar todavía más de un año). Se quedó en nuestra casa (si así se
le puede llamar a los famosos monoambientes bonaerenses) casi una semana en la
que compartió muchas de sus experiencias con nosotros y nos abrió todo un
horizonte de posibilidades. ¿Cómo puede alguien haber sacrificado tantas cosas
–buen trabajo, una relación de 16 años y sobre todo estabilidad y certezas- por
una aventura? Pasar de tener una casa chida a no saber en dónde dormir cada
noche parece ilógico, pero es que pocos se atreven a buscar el sentido de la
vida. Su cotidianidad es dormir en estaciones de bomberos, incluso canaletas de
desagüe sin usar en carreteras inhóspitas, pero muchas noches se encuentra con
gente que lo acoge y le da un techo. Gente que por verlo extraño y desconocido
se siente atraída e impulsada a ayudarlo. En un continente de miles de
kilómetros se ha tropezado varias veces con las mismas personas… ¿cómo es eso
posible? No es de extrañar que, al contrario del marinero, este nómada sea un
ser optimista que confía en las señales, en la bondad y en el destino. Quisiera
ser así, pero definitivamente me parezco más a Coco.
Junto a Julián, el nómada
[1]
Me tranquilizaba que en el CDyDFC hubiera un
camino trazado, pero ¿no estaremos siendo un poco ilusos? Sin embargo, no nos
queda de otra. Es el lado que elegimos, que nos tocó y no puede ser de otra
manera.
Pesimista u optimista, pero ambos confían, a su manera, en las personas. Quizás no en la humanidad (Coco), pero sí en las personas. ¿Es posible? Al calor de unas facturitas y un vinito, claro que sí! Maravillosos recorridos por Buenos Aires. Me encanta!!
ResponderEliminarQue interesante relato, me encantó. Saludos y abrazos a los 2.
ResponderEliminarAtte. Allit
Me quedé sin palabras y aliento, que narración tan extraordinaria de hechos aparentemente ordinarios, encuentro gran calidad en la descripción que llega y llena el alma y el acompañamiento de esas increíbles evidencias fotográficas le dan una visión nostálgica de un pasado que sin embargo todavía existe y le dan una proyección a un futuro que irá recorriendo cada curva de la vida en un movimiento de lento pedaleo proporcionando una expansión mental llena de esperanza
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